La poesía de los años 40 y 50 se
verá marcada por la dictadura franquista, que aplica una estricta censura que
prohíbe la venta de obras de la época anterior así como la publicación de obras
de cierto tipo, o de determinados autores, como los exiliados de la Generación
del 27. Dámaso Alonso, una de la excepciones, clasificó las dos grandes líneas
poéticas que seguían los autores de la época.
Por un lado está la poesía
arraigada, con autores como Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco
o Dionisio Ridruejo, y relacionada con la revista “Garcilaso”. Está poesía se caracteriza por un tono
optimista que trata de buscar, con estructuras clásicas y temas tradicionales
(Dios, amor, paisaje), el orden y la perfección. En el lado opuesto estaba la
poesía desarraigada, a la que pertenecían el propio Dámaso alonso, Gabriel
Celaya, Blas de Otero (“Ángel fieramente humano”), la revista “Espadaña”. En
esta poesía rezuma la angustia, dolor ante el pésimo mundo que les rodea que
expresan de una forma sencilla, sin la preocupación por la estética que brilla
en la poesía arraigada o en la generación del 27.. Los autores de esta poesía
existencial no siempre eran claros, algunos autores tenían obras más
optimistas, y autores de la poesía arraigada también tocaban la tragedia en
ocasiones, claro ejemplo de esto es José Hierro (“Alegría”, “Tierra sin
nosotros”), que aborda ambas corrientes, pero siempre manteniendo su estética.
A principios de los años 50 se
produce una flexibilización de la censura, esto lleva al predominio de una nueva corriente, la poesía social, una
poesía protesta que pretende ser útil y denunciar las injusticias existentes,
con España en el centro de la protesta, abandonando la poesía existencial. José
Hierro es uno de los autores de esta poesía, aunque los más destacados fueron
Blas de Otero y su libro “Pido la paz y la palabra”, y Gabriel Celaya con
“Cantos Íberos” (“La poesía es un arma cargada de futuro”), que utilizaron la
poesía como herramienta para transformar el mundo.
Esta poesía social pronto decaerá
y aburrirá ya que no llegaba a todo el mundo, apareciendo una generación de
poetas conocido como “el grupo poético de los años 50” dispuestos a romper la
tendencia. A este grupo pertenecen Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José
Ángel Valente, Claudio Rodríguez y Francisco Brines, que a pesar de no ser un
grupo como tal, tenían ciertos rasgos comunes que los definieron como grupo. Su
poesía continuará mostrando cierto inconformismo con el mundo, pero su tono
será mucho más intimista y los temas tratados, más variados ( amor, paso del
tiempo, amistad…). Estos poetas utilizarán un lenguaje más claro y sencillo,
aunque cada uno de ellos buscará tener un estilo propio.
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